13 de marzo de 2013

Así Hablaba Juan Belmonte/José Bergamin


José Bergamín

Al hablar tenía Juan Belmonte un tartamudeo leve que daba a sus frases un sentido corto y ceñido, como si torease. Hablaba –dije alguna vez- por medias verónicas y recortes. Y hasta a veces, hablando, molineteaba. Yo no lo sabía cuando escribí mi Arte de birlibirloque, refiriéndome a sus pasos cortos para acercarse al toro, que había “inventado un modo tartamudo de torear, como Azorín de escribir”. Su modo de expresarse en el toreo, ciñéndose a su sentimiento propio, en una palabra, su estilo, era éste, que podía parecernos cortado o entrecortado por la emoción. El definió admirablemente este estilo suyo personalísimo.

“Para mí” –no dice Belmonte en el admirable relato que nos hizo de su vida torera, y con extraordinaria fidelidad transcribió su “evangelista” Chávez Nogales – aparta de las cuestiones técnicas, lo más importante en la lidia, sea cuales sean los términos en que ésta se plantee, es el acento personal que en ella pone el lidiador. Es decir, el estilo. El estilo es también el torero. Se torea como se es. Esto es lo importante: que la íntima emoción traspase el juego de la lidia: que el torero, cuando termine la faena, se le salten las lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual, que el hombre siente cada vez que el ejercicio de su arte, el suyo peculiar, por ínfimo o humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la Divinidad”.

Ese estado de posesión divina –o diablólica- (el aletazo del espíritu), al que Unamuno habría calificado de energuménico (como el que él mismo sentía a veces al escribir, según me contaba en una carta), también lo sentían, a su modo, el fraternal rival de Juan, Joselito, y su hermano Rafael, el Gallo. Y creo que los siente todo torero cuando de verdad siente el torero y no lo simula o traiciona, al falsificarlo, componiéndolo en su figura como un actor o histrión, cosa harto frecuente. El “se torea como se es” que nos dijo Belmonte: esa autenticidad del ser torero y de expresarlo, de decirlo con sinceridad al torear, al hacer el toreo, muy pocos toreros lo han alcanzado. Y entre esos pocos, tal vez ninguno como Belmonte y Joselito. Y, claro es, Rafael, el Gallo.

Nos dice Belmonte (lo he subrayado antes) que lo que importa en el toreo es que la íntima emoción del toreo traspase el juego de la lidia. Y esto lo vimos nosotros muchas veces viendo torear a estos tres toreros. En Rafael, el Gallo, aquel “saltársele las lágrimas a cada pase que daba”, como él decía después de una de sus mejores faenas: la que hizo en Madrid a un toro de Aleas el 15 de Mayo de 1912, sino me equivoco. En Joselito y Belmonte aquella “sonrisa de beatitud”, que decía este último, con que se expresaba esa “plenitud espiritual”, ese estado de posesión –divino o diabólico- esa “borrachera o entusiasmo que da el toreo, como decía Joselito, que traspasa de emoción torera el juego todo de la lidia”; y que es emoción mágica; que no hay que confundir con la otra: con la turbia emoción física que puede producir el riesgo mortal de ser cogido por el toro que corre el torero, y que éste explota, provocándolo en el público expresamente para hacerse aplaudir de ese modo; lo que es, como dijimos tantas veces, una especie de pornografía de la muerte que desvía y niega el juego vivo, el arte de torear.

Todos los toreros caen alguna vez en ese recurso, generalmente fácil, de emocionar o asustar al público, para escamotearle el toreo. Pero hay quienes a esa trampa o truco se dedican enteramente, para mentir el toreo mismo, simulándolo en provecho propio; porque son incapaces de torear bien y de verdad. Volvamos a escuchar lo que decía Juan Belmonte en relación con esto. Hablaba con el escritor López Pinillos (“Parmeno”), quien nos dejó recogidas estas palabras suyas admirablemente (como otras de Joselito y el Gallo, y de algunos toreros más) allá por la gran época de estos toreros, hacia el año de 1917, en un libro titulado “Lo que confiesan los toreros”. Requiere el escritor a Belmonte diciéndole: “Hable un poco de su toreo, Juan”… Y este le contesta: “¡Si no sé! Palabra. Yo no sé las reglas, ni creo en las reglas. Yo siento el toreo, y sin fijarme en reglas, lo ejecuto a mi modo” (Soy yo quien subraya).”Eso de los terrenos, el del bicho y el del hombre, me parece una papa. Si el matador domina al toro, todo el terreno es del matador. Y si el toro domina al matador, todo el terreno es del toro. Esa es la fija”. Y si la estética del romanticismo en el toreo, diríamos nosotros. Y añadía Belmonte: “Y lo de templar, mandar, parar y recoger… (advierta el buen aficionado esto de recoger), depende de los nervios del tocador y de la madera de la guitarra”. (Subrayo yo siempre). “Y de cuando en cuando –añade Belmonte-, el toque no le disgusta a uno y no entusiasma al público”. (“Yo soy el que sabe cuando toreo bien” –decía Manolete-. Y el toro, añadiríamos, pero el toro no puede decirlo). Nos sigue hablando Belmonte: “de los olés y aplausos que saca” el torero, “si se arrodilla”, por ejemplo –o si junta los pies, diríamos nosotros (“Cuando quiero engañar al público –le oímos una vez decir al magistral torero mexicano Armillita-, junto los pies”). Y explica Belmonte “que siempre se arrodilla uno porque la guitarra no le deja tocar bien”. Porque no le deja torear bien el toro.

Así hablaba Juan Belmonte. Para quien el estilo era sentimiento. Como para Joselito era inteligencia, gracia, don que cada uno trae a este mundo del toreo, en el que todo lo demás se aprende. Y como para Rafael el Gallo era estética, sensibilidad. Por eso afirmaba Belmonte, toreando, las espiritualidad del toreo. Afirmaba siempre el toreo como arte y juego “de ejercicio espiritual”. A un joven aprendiz de torero que le preguntaba poco tiempo antes de su fin (estoico fin consecuente con su vida entera) lo que tenía que hacer para torear bien, le aconsejaba: “Si quieres torear bien, olvídate que tienes cuerpo”.

Así hablaba, como toreaba, como vivía, como sentía y pensaba, este excepcionalísimo, extraordinario torero –y andaluz y español- que fue Juan Belmonte. Al que diríamos, por tan raro, tan único, tan excepcional en España, torero andaluz y español –como cristiano Kierkegaard- por contradicción, por contrariedad. Como es español Don Quijote.
 

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